Ascensión Cibernética

La penumbra del laboratorio era apenas perturbada por la luz fría de los monitores. En el centro, la figura del ser mecánico se alzaba como un espectro salido de una pesadilla, su presencia una aberración que erosionaba la realidad. Sus ojos carmesíes, fijos en la mujer inmovilizada sobre la mesa, eran pozos vacíos de emoción, más parecidos a los sensores de un depredador. Atrapada en su propia piel, la mujer sentía un terror tan profundo que su respiración, aunque constante, era superficial, como si cada aliento la acercara al abismo. Sus ojos, abiertos en una mezcla de miedo y resignación, seguían cada movimiento del ser, incapaces de apartarse de la oscura realidad que la rodeaba. El ser, con una calma inquietante, extendió su brazo, y el sonido del metal al desplazarse sobre sus servomotores resonó en la habitación, amplificando la sensación de inevitable fatalidad. Al tocar la piel de la mujer, el frío de sus garras provocó un leve espasmo en su cuerpo, un reflejo apenas perceptible. -Tu energía... es diferente -susurró la voz robótica, carente de calor. Con precisión clínica, comenzó la disección. La hoja del bisturí láser atravesó la piel, dejando una línea brillante que rápidamente se apagaba al cicatrizarse por los bordes. A medida que la carne se abría, el ser se inclinó sobre la mesa, sus movimientos fluían con la gracia de un cirujano y la frialdad de una máquina. Cada costilla quebrada emitía un eco sordo, reverberando en la mente de la mujer, que sentía cómo su mundo se desmoronaba.